El primer problema que se
presenta al pensamiento es el del propio pensamiento, o, antes, del ser
pensante. Es esto, para todos nosotros, asunto capital, que domina todos los
otros y cuya solución nos reconduce al mismo origen de la Vida y del Universo.
¿Cual es la naturaleza de nuestra
personalidad? ¿Comporta un elemento susceptible de sobrevivir a la muerte? A
esta respuesta están sujetas todas las aprehensiones, todas las esperanzas de
la Humanidad.
El problema del ser y el problema
del alma se funden en uno sólo. Es el alma la que da al hombre su principio
de vida y movimiento. El alma humana es una voluntad libre y soberana, es la
unidad consciente que domina todos los atributos, todas las funciones, todos
los elementos materiales del ser, como alma divina domina, coordina y une todas
las partes del Universo para armonizarlas. El alma es inmortal, porque la nada
no existe y ninguna cosa puede ser aniquilada, ninguna individualidad puede
dejar de ser. La disolución de las formas materiales prueba simplemente una
cosa: que el alma está separada del organismo por medio del cual comunicaba con
el medio terrestre. No deja, por ese hecho, de proseguir su evolución en nuevas
condiciones, bajo formas más perfectas y sin perder nada de su identidad.
Cada vez que ella abandona su
cuerpo terrestre, se encuentra nuevamente en la vida del Espacio, unida a su cuerpo
espiritual, del que es inseparable, la forma imponderable que para sí preparó
con sus pensamientos y obras. Ese cuerpo sutil, esa duplicación
fluídica existe en nosotros en estado permanente. Aunque invisible, sirve, entretanto,
de molde a nuestro cuerpo material.
Este no representa, en el destino
del ser, un papel más importante. El cuerpo visible, o cuerpo físico varía. Formado
de acuerdo a las necesidades de la vida terrestre, es temporal y perecible; se
desagrega y disuelve cuando muere. El cuerpo sutil permanece; preexistiendo al
nacimiento, sobrevive a las descomposiciones de la muerte y acompaña al alma en
sus transmigraciones. Es el modelo, el tipo original, la verdadera forma
humana, a la cual viene a incorporarse temporalmente las moléculas de la carne.
Esa forma sutil, que se mantiene en medio de todas las variaciones y de todas
las corrientes materiales, mismo durante la vida puede separarse, en ciertas
condiciones, del
cuerpo carnal, y también actuar,
aparecer, manifestarse a la distancia, como veremos más adelante, de modo a probar
de manera irrecusable su existencia independiente.
"EL PROBLEMA DEL SER, DEL DESTINO Y DEL DOLOR "
LEÍN DENIS